martes, 10 de noviembre de 2009


Cuadros de ciudades (sobre Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin, de Martín Kohan. Editorial Norma, Colección Vitral, Buenos Aires, 2004, 268 págs).

(*) Por Edgardo H. Berg


Una misma ciudad vista de diferentes ángulos parece completamente distinta y como multiplicada en perspectivas. Mirada desde un punto o de sus bordes, atravesada sobre un arrabal o desde el centro siempre se encuentran infinidad de ángulos formados por las líneas que dibuja su itinerario.
Coleccionista de las sensaciones y experiencias de las grandes ciudades europeas, Walter Benjamin fue un cronista de los cambios y transformaciones modernas en París, Berlín, Moscú y Nápoles, en otras ciudades. El libro de Martín Kohan se adentra en la semiótica urbana, multiforme y heterogénea, que construyó el filósofo berlinés en sus diversos textos y notas de viaje.
Benjamin, afirma con razón Kohan, “no ha construído un único modo de pensar las ciudades, ni tampoco se ha ocupado de una única ciudad”. Si bien es cierto que La obra de los pasajes, el gran proyecto crítico inconcluso de Benjamin, estaba dedicado a París, la ciudad moderna por excelencia, no es menos importante la disposición a configurar un mapa cognitivo de las diversas ciudades europeas. Para examinar y pensar el recorrido urbano benjaminiano, Martín Kohan se apropia de un enunciado del Diario de Moscú (que a su vez, da origen al título de su libro) que afirma que para conocer plenamente una zona hay que atravesarla y penetrarla por los cuatro puntos cardinales. Esa ciudad que contiene, a su vez, otras ciudades o ese espacio urbano imaginario se articula a partir de la experiencia personal con cuatro ciudades europeas: hacia el oeste París, origen de la ciudad burguesa y moderna, hacia el este, Moscú, marca de ruptura de la ciudad burguesa y espacio posible de los deseos y esperanzas futuras, al sur, Nápoles, origen mediterraneo de la infancia mítica de la sociedad occidental y, finalmente, al norte, Berlín, la ciudad de la memoria que reinstala en el presente el laberinto de los orígenes biográficos del autor. Esas cuatro ciudades no sólo definen cuatro momentos históricos bien delimitados, sino también configuran cuatro variantes genéricas en los escritos de Benjamin: el texto crítico (París), el diario de viaje (Moscú), la nota turísitica (Nápoles) y la ficción autobiográfica (Berlin).
La dialéctica de la mirada urbana en Benjamin (centrada en el detalle y caracterizada como micrológica por Theodor W. Adorno) plantea una relación oposicional entre Berlín y París, entre el kitsch onírico de la infancia y su experiencia aurática y la pérdida del misterio de la lejanía que produce como efecto el contacto con la muchedumbre en la modernidad. Si la figura del flâneur construye la experiencia parisina, la figura del coleccionista arma la serie de escritos sobre Berlín.
Por otra parte, la aventura del viaje a Moscú gira en torno a una mujer imposible (Asja Lacis); o si se quiere, cuenta el encuentro y las desventuras amorosas en torno a ella. En la ciudad de la abolición de la propiedad y el espacio privado, no se encuentra otra intimidad posible que la de la calle y la de los medios de transporte modernos. La experiencia de Moscú se diferencia de la de París ya que se presenta bajo los signos de los tiempos superpuestos (lo moderno entreverado con lo premoderno o aldeano). En este sentido, afirma Kohan, el tranvía se constituye como un índice de mediación y síntesis, entre la peculiaridad de lo local y el impulso de la tecnología que supera los des-tiempos. Sin embargo, en Moscú, los espacios y la vida urbana se desplazan y mudan; parecen estar puestas sobre la mesa de un laboratorio. Entonces, las aproximaciones se suceden y las guías de orientación se multiplican. Y si el Diario de Moscú se parece, más bien, a una novela de peregrinaje, su clave se encuentra en la peripecie. Moscú se extraña de sus motivaciones políticas y contra toda planificación, se transforma en la ciudad del azar.
Antes de publicar sus textos sobre París, Moscú y Berlín, Benjamin escribió (en colaboración con Asja Lacis) dos notas sobre Nápoles. Nápoles se presenta desde la lateralidad y el margen de la centralidad de París; una ciudad donde la experiencia moderna es la anomalía de una curiosidad provinciana. La imagen premoderna preexiste y lo moderno todavía es una tentativa. En donde el metro más que un signo de progreso se percibe como una rareza que convoca al juego y la diversión de los niños. Y si Nápoles se presenta como una ciudad móvil y siempre cambiante no es precisamente por las transformaciones tecnológicas que impone la modernidad, sino por el predominio del juego y la fiesta popular. El cuadro irreal e hipnótico de Moscú da lugar a un cuadro realista en Nápoles: bullicio por doquier, aglomeraciones en las calles, arte callejero; una mezcla de trabajo, mendicidad y delito.
Como quien lleva por unos años un apunte callejero entre sus manos, con la minuciosidad e inteligencia de quien ha atravesado todas las calles de una ciudad, Martín Kohan se ha extraviado, tan sólo por un instante, sobre el tejido benjaminiano que seduce; ha atravesado, con su apasionante itinerario, los pasajes, las huellas y los carteles de una zona que se resiste y permanece aún imborrable.

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