lunes, 30 de mayo de 2011

Ricardo Piglia: usos y apropiación del género policial





RICARDO PIGLIA: USOS Y APROPIACIÓN DEL GÉNERO POLICIAL



(*) Por Edgardo H.Berg


“ […….] Podría comenzar diciendo que la última novela de Ricardo Piglia, Blanco nocturno (2010), cuenta la historia de una valija, de un bolso, de una maleta perdida en el Hotel Plaza, un hotel de provincia a pocos kilómetros de Rauch, Provincia de Buenos Aires, en los tiempos de Onganía. Son los tiempos de la aparición de las primeras guerrillas urbanas y, también, de la inminencia, que en muchos sectores de la sociedad del pueblo se vive como una amenaza, del retorno de Perón que circula en los diálogos de los personajes de la novela, en la inscripción y en las pintadas políticas sobre las paredes del pueblo. Si se quiere, Blanco nocturno es una historia de valijeros en el medio de la Pampa húmeda, mientras Sofía, una de las hermanas Belladona, escucha Moby Grape, Traffic, Cream o Love fumando un cigarrillo de marihuana. Quiero decir, Piglia retoma, de algún modo, Nightfall (Al caer la noche, de 1947) de David Goodis, donde uno de los fugitivos y asaltantes de un banco confunde el maletín del dinero y deja otro en una casa de campo. En este sentido, podríamos pensar las marcas de Raymond Chandler, y en especial del citado David Goodis, el escritor norteamericano que Piglia editó a principios de los 70 con traducción de Estela Canto en la Serie Negra que dirigió para Tiempo Contemporáneo. La novela de Goodis fue llevada al cine en 1957 por Jacques Tourner. Goodis quizá sea más conocido por la versión de la novela Down There (1956) que hizo François Truffaut bajo el título Disparen contra el pianista (1960), con Charles Aznavour como protagonista.
Blanco nocturno está dividida en dos partes y en esa partición se cuentan dos historias; una, si se quiere, de viaje y destierro (que da lugar a una investigación policial a partir de la muerte del protagonista de la primera historia) y otra, entreverada con la primera, que se centra en un inventor refugiado en una fortaleza abandonada. Está la historia del forastero y jugador de apuestas, el puertorriqueño Anthony Durán que viaja de Atlantic City a un pequeño pueblo de provincia, enamorado de las hermanas Belladona, nietas del fundador del pueblo; y la historia de Luca Belladona, el hermanastro que tiene un litigio judicial contra su padre, Cayetano Belladona, para mantener una fábrica en desuso a las afueras del pueblo. Dos historias centrales, entre múltiples perspectivas y versiones, anudadas y entrelazadas por una trama sórdida que cuenta los negocios sucios y el tráfico de intereses entre productores y hacendados rurales, caudillos locales, el aparato judicial y los bancos y compañías financieras que se disputan el terreno de la fábrica para construir un lugar de exposición, un shopping de productos y maquinarias agrícolas.
Estas dos historias centrales como plataformas móviles, permiten pensar el texto como dos novelas o como la imbricación y la mezcla de ambas. Los mismos acontecimientos separan el texto en dos mundos antagónicos y paralelos. Los puntos de intersección son el armazón y el fundamento de la construcción novelística. Una primera historia en el medio de la pampa húmeda cuenta los procesos de transformación capitalista de la producción agrícola, y allí el forastero, muerto, con su valija de dólares, es la clave de la transnacionalización del capital y del vaciamiento de una fábrica automotriz de punta abandonada. La segunda, derivada de la primera y contada como si fuera la misma historia, es la novela arltiana del inventor de mundos clandestinos y alternos, la ficción de Luca Belladona, donde las ideas, las invenciones locas de maquinarias, engranajes y artefactos mecánicos entran, cual proceso jüngeano, en un principio de individuación.
Habría que agregar que esta novela de personaje, quizá como todas las novelas de Piglia con personajes muy nítidos y construidos a partir de breves historias singulares que unen y capturan los fragmentos de vida con el sentido de esa experiencia, se multiplica en versiones y perspectivas. Valgan como ejemplos el diario de Emilio Renzi o las notas al pie que desdobla y fractura el enunciado novelístico, el modo del comentador arltiano de Los siete locos, o el narrador heterodiegético o disfórico por fuera de la historia central de La invención de Morel de Bioy Casares. Las notas al pie completan las historias de vida de los personajes, transcriben las anotaciones de Shultz del diario de Luca Belladona, cuentan la historia de la familia Belladona vinculada con la posesión de la tierra en la Argentina, y así establece un verdadero tratado económico en fragmentos o deriva la historia que cuenta la novela en otras anteriores y posteriores.
En general, la literatura argentina ha mantenido, a lo largo de su historia, relaciones desplazadas con los modelos del género policial, con sus temas y procedimientos. Se podría decir que más bien ha habido un modo de relación desviado e indirecto: un uso político del género. Las formas de distanciamiento, traslado o traducción de una forma y un modelo extranjero será postulado, en su forma más extrema, como un imperativo de nacionalización que pueden pensarse a través de Borges y Walsh (basta pensar en el doctor Honorio Bustos Domecq y sus Seis problemas para don Isidro Parodi o en Operación masacre, Caso Satanowsky o Quién mato a Rosendo?). Piglia, como Walsh y Borges, articula y cuenta con su última novela, al modo de una serie o un engranaje fino, las variaciones en escala microscópica y virtual de una tradición nacional descentrada y equívoca con el género policial.
Blanco nocturno fija el punto de enunciación y establece los posibles narrativos en el continuo, como si Piglia fuera el mejor intérprete, en el sentido musical del término, de infinitas variaciones. Es así que el comisario Croce, encargado de la investigación, se mueve por fuera de las versiones circulantes sobre el muerto y los motivos de su asesinato. En base a un saber por momentos intuitivo, basado en predicciones y en una verdadera teoría del saber mirar, como si se pudiera calibrar con precisión un blanco en la noche, Croce avanza como un rastreador en el medio de la pampa, solo y a tientas, traicionado por su asistente Saldías y enfrentado con el fiscal Cueto, protagonista del negociado de la fábrica y verdadero prestidigitador de los negocios sucios. Los negocios de lavandería, la ropa limpia de un pueblo que esconde las transacciones espúreas valen más que la verdad; Croce es encerrado en un manicomio y desde allí ayuda a Emilio Renzi, su continuador en la investigación; a la vez escribe y hace circular cartas anónimas y postreras denunciando el tejido de una trama económica que los chacareros, estancieros y rematadores encubren o no dejan ver. Croce recuerda o trata de recordar los viejos tiempos y en esos “recuerdos (que) ardían como destellos en la noche cerrada”, rememora al comisario Leoni (Adolfo Pérez Zelaschi), el paso a retiro de su amigo, el comisario Laurenzi (Rodolfo Walsh) y la última vez que se vieron en un café en la ciudad de La Plata, al loco del comisario Treviranus, cesanteado por culpa del equívoco de un investigador amateur (Lönnrot) que se había obsesionado por el asesinato de Yamorlinsky. Borges, Zelaschi, Walsh y Piglia entrelazados en la continuidad del uso y experimentación del género: una serie que continúa.”

(Fragmento de la conferencia "Ricardo Piglia: usos y apropiación del género policial", en el “Primer Festival Azabache de literatura negra y policial”, 25 de mayo de 2011).

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